El ingeniero Fernando Padilla Farfán, reproduce un interesante y completo estudio a cerca de la medicina que practicaban los antiguos mexicanos, publicado por Reader´s Digest con el título: Capítulos olvidados de la historia de México.
La medicina entre los antiguos mexicanos entremezclaba la ciencia con la religión y la magia. Seguía principios científicos, pues se tenía un gran conocimiento de las propiedades de las plantas, lo que requería el estudio sistemático de la botánica. Se mezclaba con la religión, porque se pensaba que las deidades intervenían en el envío y alivio de las enfermedades, y con la magia, puesto que muchas veces se atribuía la enfermedad a los hechizos de algún enemigo.
Al principio solo el sacerdote y el hechicero luchaban contra la enfermedad, uno aplacando la cólera de los dioses y el otro conjurando la acción de los astros y de los espíritus malignos. Igual que en el resto del mundo, después de la etapa mágica empezó el verdadero conocimiento.
Sorprendente adelanto lograron los indios precortesianos con el conocimiento del mundo vegetal; siglos enteros de estudio les permitieron formar una botánica médica asombrosa. Cincuenta años antes de que en Europa se hiciera el primer jardín botánico, el de Padua, y cien años antes que el de París, ya Moctezuma II, en sus jardines reales y junto a las más variadas plantas de ornato, tenía clasificado un gran vivero de plantas medicinales que obsequiaba a sus súbditos enfermos. “Casi todo lo curan con yerbas”, decía el cronista López de Gómara. Y eran tantas las especies utilizadas que cuando Francisco Hernández, médico de Felipe II, vino a la Nueva España, apenas medio siglo después de la conquista, pudo reunir 1,200 variedades, estudiadas y definidas por los indígenas según sus virtudes curativas.
EXAMEN MÉDICO Y DIAGNÓSTICO
La enfermedad era vista por los prehispánicos como una pérdida del equilibrio interno del cuerpo,concepto muy moderno que ahora llamamos homeostasis. Reconocía cuatro causas principales: la entrada de un cuerpo extraño; “trabajos” de magia negra; sufrimientos infligidos al tonali o centro de energía del cuerpo ―los aztecas creían que había tres: en la cabeza, el pecho y el estómago―, y la pérdida del alma del enfermo o los “aires”. Entre las creencias populares aún persisten rastros de estas ideas.
Las curanderas recibían el nombre de “la que retira las piedras”, pues así generalizaban cualquier objeto extraño o mal que entraba al organismo y lo desestabilizaba. Para tratar al enfermo, lo primero era saber la causa de la enfermedad. El diagnóstico se hacía observando al paciente y también recurriendo a la adivinación. El médico tiraba algunos granos de maíz sobre un pedazo de tela o en un recipiente de agua, y según el modo como caían los granos, juntos o dispersos, o el modo en que flotaban sobre el agua o como se agrupaban en el fondo, se deducía el tipo de enfermedad y la cura.
Usaban el peyote para diagnosticar. Pensaban que las alucinaciones conducirían a revelar la causa de la enfermedad: la magia que la había originado y la identidad del hechicero. La denuncia que este método lanzaba sobre vecinos y parientes se consideraba indiscutible, y surgían grandes odios entre las familias luego de estas consultas.
Determinada la causa, comenzaban propiamente el tratamiento. En la enfermedad enviada por un dios, procedía desagraviarlo haciéndole ofrendas. En otros casos, los métodos terapéuticos incluían una proporción variable de operaciones mágicas: invocaciones, imposición de manos, extracción de “piedras”, gusanos o pedazos de papel que “habían sido introducidos” en el organismo del paciente. Pero también practicaban operaciones fundadas en conocimientos científicos: sangrías, balneoterapia, purgantes, apósitos, cataplasmas, administración de extractos o infusiones de plantas.
Dos mundos, una misma práctica
Es curioso observar la coincidencia de estas prácticas con las de la Europa de aquel tiempo. Por ejemplo, en ambos continentes se creía que por los vasos sanguíneos circulaban el aire y los espíritus. Por eso aquí y allá se recurría a la sangría como método general para las mismas dolencias, con el mismo abuso, empleando la misma lanceta y abriendo las mismas lancetas del codo.
Españoles e indios practicaban la magia imitativa: una flor en forma de corazón debería servir para los males de ese órgano; una piedra de color verde debería evitar la formación de cálculos biliares. Los indígenas así lo creían y Felipe II ostentaba un bello jade mexicano en su anillo, exactamente con esa finalidad.
Dos aspectos sobresalían en la medicina prehispánica. El primero era la práctica de la eutanasia en los enfermos incurables, para la cual se reunían los parientes y, de común acuerdo, ponían fin al sufrimiento atravesando con una flecha la garganta del desdichado. Y el segundo era la existencia de médicas; aunque algunos dicen que solo eran parteras y otros afirman que curaban todas las enfermedades, los cronistas concuerdan en que a ellas recurrían generalmente las pacientes de sexo femenino.
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