Boato era la palabra más adecuada para definir los informes anuales de los presidentes de la República. Derroche en el festín y excesos en el culto a la personalidad. El evento, que no debía tener mayores complicaciones más allá de su simple entrega formal para su análisis y glosa, paralizaba a la Ciudad de México en toda la amplitud de la palabra. Parte de la burocracia suspendía actividades, se impedía la circulación en las calles para que circulara libremente el mandatario del Congreso de la Unión hasta Palacio Nacional, para saludar de mano, a una larga fila de funcionarios públicos, políticos y personajes de diferentes sectores sociales. No faltaban los embajadores y diplomáticos de diferentes países del orbe.
La tarea de atiborrar de gente las calles por las que el presidente pasaba, correspondía a los líderes de sindicatos afines al gobierno y a los de vendedores ambulantes. Sectores y organizaciones adherentes al partido en el poder, también participaban en la formación de las grandes vallas. Nada era espontaneo, ni las loas, ni las flores que alfombraban las calles y avenidas para beneplácito de la corte virreinal. Los organizadores preparaban a madres con niños en los brazos, los elevaran al paso del presidente. Nada era casual, todo era armado y ensayado. Matracas, silbatos, confeti, todo para la fiesta.
La salutación conocida como el besamanos, se prolongaba por horas. Las filas bien pudieron haberle dado vuelta al Palacio Nacional. La televisión, en “cadena nacional”, captaba los detalles del evento para que el mundo los conociera.
Carlos Salinas de Gortari fue el último presidente que utilizó en sus informes toda esa parafernalia de la política de profundas raíces mexicanas.
El reciente informe de Enrique Peña Nieto tuvo como escenario el Palacio Nacional, sin la comilona tradicional ni el besamanos acostumbrado. No hubo movilizaciones que en nada apoyan a este tipo de eventos, solo obstruyen y entorpecen la tan complicada vialidad de la gran metrópoli.
El presidente entró a Palacio Nacional satisfecho por haber alcanzado lo que muchos presidentes de México hubiesen querido alcanzar: las reformas. Claro, hay que señalar que aun no se ha visto el beneficio directo de algunas de ellas, aunque de parte del presidente Peña existe la confianza, y así lo expresa, que el beneficio en el mediano plazo llegará a los mexicanos.
Sin embargo, hubo un anuncio que todos entendieron de manera muy clara: la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, al parecer en los mismos terrenos donde se escenificaron aquellos enfrentamientos de los habitantes de Atenco con la policía que infructuosamente trataba de meter orden a la inconformidad por la construcción del nuevo aeropuerto en ese lugar. Contrario a lo que en aquella ocasión ocurrió, cuando los de Atenco blandían los machetes al aire en clara señal de defender sus tierras hasta con su propia vida, ahora pareciera que el cabildeo con los ejidatarios y los poseedores de esas tierras, se realizó con mejores técnicas de convencimiento, más depuradas que las que pretendió aplicar el presidente Fox.
El anuncio que por la seriedad con la que se hizo, y por la ausencia de manifestaciones de rechazo de los habitantes de las tierras que albergarán a la monumental obra, pareciera que será realizable. Es razonable pensar en el beneficio directo por la mano de obra que se requerirá para la construcción, en el plazo inmediato, como en el incremento en los movimientos de personas y carga en general por las maniobras de despegue y aterrizaje que ofrecerán las seis pistas con las que contará las nuevas instalaciones. De acuerdo al proyecto, también se está considerando procedimientos más ágiles y modernos en la documentación y abordaje de los pasajeros.
Por cierto, las críticas que se han escuchado no van a la realización de la obra, sino más bien hacia los terrenos donde se asentará el aeropuerto. Dicen que habrá problemas por las características lacustres del suelo que sustentará a la edificación.
Lo que es indiscutible, es que el anuncio de la construcción del aeropuerto de la Ciudad de México y el anuncio de la cristalización de las reformas, una de las principales apuestas de su gobierno, obliga al propio presidente Peña Nieto a que en el próximo informe haya anuncios que al menos se equiparen en importancia lo que en esta ocasión informó a los mexicanos.
Una pregunta que se repite con cierta frecuencia cuando se habla de crecimiento social, económico o político, es: ¿dónde estamos parados? ¿Qué tenemos que hacer para engrandecer a México? La realidad es que seguimos sin encontrarnos a nosotros mismos. Aunque parezca paradójico, las abundantes riquezas naturales con que aún cuenta México, han sido una de las causas que no hayamos desplegado nuestra inventiva y esfuerzo como ha ocurrido con pobladores de otros lugares del mundo.
Lo anterior se puede apreciar en el siguiente ejemplo. En las zonas más áridas de nuestro país, donde la tierra por sí sola no tiene mucho que ofrecer, los pobladores las han hecho florecer con tecnologías o, incluso, con hábitos que se heredan de padres a hijos. El norte del país, donde la aridez es común, el esfuerzo por salir adelante es mayor.
Quienes conocen la historia de los Menonitas saben de lo que es capaz una sociedad organizada, con principios bien delineados y con mística de trabajo. Los Menonitas, un grupo religioso y étnico que tuvo su origen en 1525 en Zúrich, Suiza, cuya doctrina se basa en la Biblia como la palabra de Dios; en 1922 el gobierno de Álvaro Obregón les permitió que tres mil de ellos se instalaran en la parte más árida de Chihuahua; tierras que por su improductividad nadie reclamaba como suyas. Aparte que así se evitaron manifestaciones de inconformidad porque extranjeros se hicieran dueños de tierras mexicanas.
Con voluntad guerrera, los Menonitas enfrentaron exitosamente las condiciones adversas de su entorno natural. Trabajaron con disciplina y acuerdos solidarios al interior del no tan reducido grupo. Su filosofía en el modo de vida tenía varios ingredientes como, por ejemplo: no usar vehículos de motor, nada de aparatos eléctricos ni distractores propios de las sociedades modernas que torcieran la línea de progreso que se habían trazado. El progreso les llegó y ya llevan muchos años con el modelo original. Bueno, han hecho algunos cambios.
Al poco tiempo la aridez se transformó en verdor. Se convirtieron en importantes productores agrícolas.
La explicación pudiera ser simple: las carencias a las que se enfrenta una sociedad obligan a sus integrantes a desarrollar mejores inventivas; su imaginación y esfuerzo se convierten en sólidos detonantes para el desarrollo. En contraparte, no hay que pensar demasiado para saber qué es lo que pasa en las regiones donde la naturaleza es pródiga, con caudalosos ríos, nutridos arroyos y abundante flora. Estos lugares, en los que conseguir el alimento diario es una tarea relativamente sencilla, la pobreza es significativa. Paradójico, pero cierto.
Debido a lo anterior, el detonante para catapultar a una sociedad a su crecimiento no es solamente copiar lo que están haciendo las sociedades más adelantadas del planeta. En nada nos ha ayudado enviar a personal a ver el modelo japonés, israelita o chino. Lo que puedan observar no es suficiente. Lo que no se ve a simple vista es el compromiso social que en estos lugares existe.
La gente se involucra de tal manera en las tareas propias de una comunidad, que forman binomios con sus gobiernos derivando en mejor aprovechamiento de los recursos públicos. En la mayoría de los pueblos más desarrollados del mundo existen planeamientos a largo plazo. El mensaje es la responsabilidad mutua.
Por lo pronto, cuando el gobierno o las universidades manden a sus delegaciones a copiar qué hacen en otros lugares considerados como modelo de desarrollo, que estudien primero las convicciones de la gente, qué piensan, cuáles son sus ideales, principios morales y religiosos; y, fundamentalmente, sus objetivos.
La risa tiene gran importancia para la fisiología de nuestro cuerpo. Es un mecanismo de liberación para el cuerpo. La risa tiene su origen en las emociones como lo es el llanto.
La risa libera tensiones del cuerpo; le brinda alivio. Reírse es un gesto innato que hace que nuestro cerebro libere dopamina, se reduzca el nivel de estrés y nos sentimos mucho mejor. Ha quedado demostrado que la risa fortalece el sistema inmunológico. Las personas que ríen mucho, enferman poco.
Las personas que ríen son más empáticas, se les ve más confiables, siempre y cuando no sea una risa fingida de la que es fácil darse cuenta.
La risa tiene el poder de disipar los miedos. La ciencia aún no ha podido explicar por qué.
Las personas graciosas que hacen reír a la gente, les atraen más a las mujeres a quienes se les escucha decir: “Me atrae porque me hace reír”.
Según el ingeniero Fernando Padilla Farfán, reír provoca una sensación de bienestar. En situaciones de peligro a veces reímos porque nos da cierto alivio.
La risa ha sido estudiada por la ciencia. Investigadores han tratado de explicar este gesto innato que hacemos hasta cuando estamos dormidos.
Según la Sociedad Española de Neurología, nos reímos cuando percibimos una incongruencia y no aquello que nuestro cerebro esperaba de forma racional.
La revista Hola dice que al reírnos pasamos por varias etapas entre ellas la percepción y el cese de desinhibición frontal.
Según un artículo publicado por la BBC Mundo, un estudio arrojó que, por cada diez minutos de conversación, una persona se ríe siete veces. “La emoción fluye cuando menos lo pensamos”, dice.
En el mismo artículo se lee que la risa también es una emoción que nos sirve para entablar lazos sociales. Agrega que es una forma primitiva de sonido. Imágenes de resonancia magnética muestran que cuando alguien ríe, no existe un movimiento real de la lengua, mandíbula, paladar o labios. Toda la acción pasa en la caja torácica.
Es por eso que cuando soltamos una carcajada viene acompañada de sonidos, jadeos, chillidos, hasta ahogos o ronquido. Una explicación de ello es que simplemente refleja que el músculo del pecho se está apretando y haciendo presión en la caja torácica para que salga el aire.
La revista HOLA afirma que “La risa resulta muy beneficiosa para nuestra salud (al menos, la risa verdadera). Acelera el ritmo cardiaco y aumenta el aporte de oxígeno al cerebro. Puede, incluso, incrementar el umbral del dolor. Este es uno de los motivos por los que la risoterapia y otras actividades lúdicas tienen cada vez más cabida en hospitales y tratamientos médicos.